En mi mente aparece la voluptuosidad de los cuerpos perforados, grandes y precoces, eternas figuras de efebos y hombres más adultos y bellos, repletos de sangre y vísceras, embutidos en cuero y látex, y siempre, en su cubículo o cabina de metacrilato, y yo, desde mi elevado asiento contemplando la belleza de músculos y sudor, de cuero y ojos azules, de arios y escandinavos arrodillados ante su ama y señora Platania.
Los dioses griegos y norteños entran en mis preceptos ideales, y mi concepción alberga miles de mutilaciones y extrañas formas de comunicarme en mis fantasías a veces desquiciantes, pero siempre altamente gratificantes para mi alma, cuando me encuentro en los paseos con estos potenciales esclavos de poderosa musculatura exagerada y esculpida por el exceso de esta sociedad y el equilibrio de la disciplina.
He de preparar látigos, fustas, mordazas y cadenas para mi mazmorra eterna, como también diosa de la perversión sólo soy apta en bacanales de Dionisos deshinibidos, pero desde un mirador, bebiendo con mi alzada copa elixires de azufres prusianos, tomando drogas exaltantes y estimulantes, entrando en los juegos de la seducción y la armonía de la descabellada hipnosis en las que entran estos cuerpos para mí vacíos y no de contenido. Mi hombre ideal se encuentra colgado del techo del gran palacio egipcio, en ese gran banquete presidido por mi audaz señora y mi presencia imperial, juntoa los perros sagrados de Anubis y Osiris, los parecidos a los xoloitzcuintles. De ese techo lo vería desangrarase sobre mi copa, cayendo gota a gota en mi boca vampírica, saciando mis ansias de fuerza vital, de carne y cuerpo, de belleza terrena, de mi esclavo humano.
Unas ligeras y veloces lágrimas de sangre recorrerían el musculado cuerpo del bello heraldo, atravesado por alfileres, pinchos y cadenas entre sus bíceps y cuádriceps. Sin duda, todo un espectáculo carnal para una de mis fiias elegantes y sorpresivas.
Un gran panal de bellos hombres a mi alrededor observarían mis diligentes pasos hacia las fuentes de carne cruda y brillante, roja y sanguinolenta, perfecta para mi eterno disfrute.
Hombres estatua, tocados y rozados por mi garra, esclavizados por mi mirada, penetrados con mi sulfuro milenario, jamás conocieron a Diosa igual...