En las mágicas subidas de ascensión iniciática siempre se comprende que la mirada de las aves se fija en aquellos que llegan a la cima de la ermita, del monasterio, de la montaña sagrada, sólo aquellos que dando igual su estado o condición ascienden y se involucran en los misterios más sagrados de los puntos telúricos, en el recorrido por viejos árboles y empinadas cuestas, desde la raíz de la montaña hasta la cúspide divina, buscando un viaje y una purificación, sólo amor, sólo belleza,sin intrigas, con pasión y armonía. Viendo la distorsión del antiguo mundo sólo se comprende que esa era la mirada errónea y fallida, que la nuestra en aquel instante era la única veraz. Sensaciones y elevaciones, sentimientos de expiración cósmica y auténtica.
Volviendo al campo base, al hogar, allí la meditación se daba, más allá del punto de iluminación yo llegaba al punto de disolución, viendo los cristales eternos, la belleza del aeter traslúcido lisérgico, los tonos violáceos, morados y ultravioletas de la corona de mi conciencia en ese punto elevada.
Mi meditación por el ojo de pez pasó, y se derretían las copas del castillo sagrado, la auténtica forma se dejaba ver, se extraía de manera más que alquímica y espiritual, sobresalían las esencias espirituales.
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